El sol nos aplasta, poner un pie en la calle es una temeridad, una casa con la pared irregular de tierra y piedra, enjalbegada, con zócalo añil se convierte en el mejor refugio, la luz cegadora que entra por la ventana se le combate con una persiana un tanto destartalá, de la misma época de la pared. A esas horas los suspiros y el sonido metálico del segundero conviven en perfecta descoordinación, cada uno con su ritmo, marcando el tiempo que transcurre másdespacio que en la ciudad pero solo lo parece, la calma tiende a llevar a un estado de serenidad limitado.
En la siesta de hoy como en la de días anteriores, estoy acompañado de una carabina y su arma más eficaz, un matamoscas, capaz de dejar su sello en las costillas o en las piernas a la velocidad de un rayo, al mínimo indicio de alboroto. Horas obligatorias y eternas, que tienen el color de la penumbra y el sabor de un flash de naranja, que transitan en un duermevela de sudor y tedio, en la espesura de un ambiente irrespirable con el zumbido de fondo de la mosca, que por unas horas se siente fuera de peligro, consciente de que no es objetivo prioritario. Pasado el tiempo reglamentario, la restricción se levanta. La recompensa espera en el patio en forma de hexágono, con sus patas metálicas, repleta de agua.
Luis Javier Escribano Gómez, hijo de Añover
Otros textos de Luis Javier Escribano Gómez:
Miércoles, Luis Javier Escribano Gómez
Hoja en blanco, escrito de Luis Javier Escribano Gómez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta que nos interesa