Árbol y raíz son uno, la raíz abrazada a la tierra, el árbol a la raíz.
El árbol habla callado y la raíz le cría en silencio.
Los hay con traje permanente, otros se desvisten en otoño para vestirse en primavera.
Pasa desapercibido en la espesura de un bosque o destaca en
la soledad de la llanura.
Alguno tan longevo, que por él pasan 24 generaciones de
humanos, llegando a cumplir 600 años.
Crecidos en diferentes continentes, latitudes y hábitats,
todos tienen y dependen de su raíz incluso llegan a compartirla.
En la oscuridad de la noche después de una tormenta, el
árbol joven muerto de miedo sufría pesadillas, entonces la raíz dijo: Árbol, te
voy a proteger hasta mi último aliento, no tienes por que temer pero a cambio
te suplico que te conviertas en un árbol de bien, así hizo.
El árbol callado, ni grande ni chico ofrece cobijo y
alimento desinteresado a quien atiende bien habitarlo o hacerlo una visita.
La raíz debilitada enfermó a la vez que árbol aullaba
callado, pidiendo ayuda.
Llegó el día de tomar caminos diferentes, la raíz marchó, y
el árbol… El árbol mutilado sigue transitando con el recuerdo de su raíz, le
abrazó para quererle mucho y él le abrazó para para quererle mucho.
El olvido callado cada vez es más grande. Pero el recuerdo sigue…
vivo.
A las madres.
L. Javier Escribano
Gómez, hijo de Añover
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