sábado, 12 de julio de 2025

LA PLAZA GRANDE, por Antonio Talavera Díaz

 


También conocida como “La Plaza”, a secas, puesto que si uno se refería a otras plazas había que especificar (“la Plaza Chica, la Plazuela”). Otras plazas, o bien tenían el carácter casi privado y vecinal de la de Celestino Hernández (que además era conocida por casi todos como “la Planá”, curiosa y extraña cercenación bilateral de la palabra “explanada”), o bien todavía no eran plazas, como era el caso de la actual Santa Ana, ese lugar entre cercano y remoto al que denominábamos “Las Corralizas”, pues tan solo era un acceso común a múltiples corrales a los que ni siquiera llamábamos así, sino “cercas”.

La verdad es que Añover, como otros tantos pueblos del entorno sagreño, era y es mas bien escaso en plazas. Incluso lugares que en otras zonas de España hubieran recibido la denominación de plazas eran simplemente vistos como meros ensanchamientos de calles, como ocurre con el lugar donde hoy se sitúa el Supermercado principal del pueblo. Debe ser por eso que, para compensar, Añover está sobrado de plazas de otros tipos, como las taurinas. Pero esa es otra historia.

La Plaza Grande (oficialmente “de España”) fue siempre el centro social de nuestras vidas añoveranas, pues no solo habitan en ella, como vecinos ilustres, la iglesia y el ayuntamiento, sino también lo más granado del comercio y, lo que es más importante, del “bebercio”. Todo eso para la gente mayor, porque para los niños fue, hasta donde

puedo recordar, el patio del recreo, puesto que estaba también flanqueada por dos escuelas, la de párvulos (sorprendentemente “unisex” ya en aquellos años) y la de niños, con o (la de niñas, con a, estaba unos 50 metros más arriba, subiendo por la calle del Estanco, a fin de que los dos sexos no se mezclasen durante el recreo, con los tremendos peligros que eso conllevaba)

Las autoridades municipales debieron siempre considerar que, puesto que la Plaza era un lugar muy visitado, lo mejor era variar su aspecto de vez en cuando. La he conocido pelada (con una columna de iluminación en el centro, eso si) para que se pudiesen celebrar en ella espectáculos taurinos. Pero esto, a pesar de constituir el que creo que es mi primer recuerdo, duró poco en mi vida, ya que antes de mediado el siglo XX se construyó la plaza de toros del Tío Clemente. Entonces nos rellenaron la plaza de arena para que pudiésemos jugar. Consecuencia: la arena terminó en nuestros zapatos y luego en nuestras casas para desesperación de nuestras madres a las que estropeábamos el “solao”. Poco después desapareció la arena para poner, en la parte

central, unos arbolitos y, en la periferia, unos bancos hechos de cemento, con asientos a las dos caras, que eran la delicia de chicos y adolescentes, pues no los usábamos para sentarnos, sino para saltarlos de lado a lado a la torera, es decir. poniendo las manos en el respaldo común, y pasar sobre éste los pies, primero de asiento a asiento, luego desde un asiento al suelo del otro lado, y finalmente, cuando uno ya tenía la estatura y fuerza suficiente, de suelo a suelo, sin tocar los asientos con los pies. Mas de una rabadilla se quedó magullada en el intento

..Y, en esto, llegó el agua. Hubo que poner una fuente

en el centro. Primero se diseñó una con un surtidor giratorio en la punta. Esta se sustituyó años mas tarde por otra con todo un aro que giraba, como si fuera la fuente, también desaparecida, de la glorieta de Atocha. Los bancos individuales dieron paso a bancos corridos en tres de los cuatro lados de la plaza y se plantaron pinos en las esquinas.

Es posible que haya pasado por alto alguna de las sucesivas “ediciones” de la Plaza Grande, pero todas ellas, hasta aquí, fueron pequeñas correcciones de la edición inmediatamente anterior. Pero ¡ay! Un buen día, ante el estupor general y, en muchos casos, la indignación particular, aparecieron bulldozers y allanaron lo que había sido construido, en su gran parte, gracias al trabajo aportado voluntariamente por


gentes del pueblo. ¡Adiós fuente, bancos, árboles…! Y adiós al edificio consistorial con unas galerías cuya resonancia era perfecta para los conciertos al aire libre de la Banda y que nunca fueron sustituidas por un quiosco siquiera desmontable... Ya eramos modernos; la plaza quedó, como en su origen, monda y lironda, pero sin columna ni espectáculos taurinos. La fuente central fue sustituida por unas fuentes que llaman “visitables” y de las que, por mucho que he visitado, no he visto nunca surgir ningún chorro.

Pero, eso sí… la Plaza Grande está llena de terrazas

que, a su vez, están llenas de gente, de manera que disfrutar de ellas a la caída de la tarde supone, en muchos casos, ir pronto y aguantar el sol de agosto durante un rato… Creo que voy a poner, estas fiestas, un puesto de sombreros de paja de los que usábamos de pequeños cuando, en el verano, jugabamos al “dao” o al “cogío” en este lugar tan querido por todos los añoveranos…

Antonio Talavera Díaz, hijo de Añover













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