lunes, 18 de agosto de 2025

PREGÓN DE LAS FIESTAS PATRONALES DE AÑOVER DE TAJO. AÑO 2000. Antonio Talavera Díaz

 

Prólogo del pregonero, Antonio Talavera Díaz:

 No es que yo no visitase por aquellos años Añover, puesto que no solían transcurrir muchas semanas sin que visitase a mi madre.  Sin embargo, solía hacerlo prácticamente de incógnito, a veces solo y de escapada; a veces acompañado de mi esposa y mis hijos. Hasta recuerdo haber llevado una o dos veces a mi suegra y alguna amiga suya, que, dada la afinidad de edad con mi progenitora, se lo solían pasar fenómeno. Por supuesto, llevaba a cada visitante nuevo a ver la vega desde la Soledad, para que se enterase de lo que vale un peine paisajístico en mitad de la Meseta 

Alrededor del cambio de siglo hubo una aproximación para que diera el pregón; aproximación que en algún modo me disgustó, porque, aunque suponía el reconocimiento oficial de mi “nacionalidad” añoverana, que muchos seguían poniendo en duda, implicaba, al mismo tiempo, que yo era una persona que había abandonado emocionalmente el pueblo para pasar a otras esferas vitales y culturales, como demostraba el hecho de que muchos “pregoneros” que había escuchado en años anteriores fuesen paisanos a los que no había visto el pelo durante muchos años, y de los que no volví a vislumbrar, en general, sus cabelleras en lo sucesivo.

 Pero el año 2000 fue diferente. La enfermedad de mi madre en el otoño de 1999 determinó que mis estancias en el pueblo fueran mucho más frecuentes que en los años anteriores. Además (y siempre he

creído que ese fue el regalo final de mi madre), los días que decidí visitarla y atenderla por la noche (martes y viernes, por conveniencia laboral) coincidían con los ensayos de la Banda (con mayúscula siempre, sí), cuyo Director, Ramón Doblado, era mi amigo casi desde la infancia. Comencé a asistir a los ensayos como oyente hasta que una tarde, en pleno camino, escuché por la radio una obertura de Rossini que ya conocía, pero a la que nunca había prestado demasiada atención. Me gustó e, inmediatamente, pensé: “Qué bien estaría esto para la Banda”.  En cuanto pude compré la partitura para orquesta y la adapté para los instrumentos de banda, todo ello con rotulador y en papel de música encontrado entre las cosas de mi padre que habían quedado en casa. Aquel final de otoño ya tuve la ocasión de presentar el concierto de Sta. Cecilia, presentación que se siguió dando a lo largo de más de 20 años, salpicada de otras colaboraciones, entre composiciones propias (incluída una zarzuela representada ahora hace 10 años) y adaptaciones de obras ajenas.

 El frecuentar Añover (y su banda) durante tanto tiempo debe haber determinado que no se me haya vuelto a mencionar la posibilidad de dar de nuevo el pregón, quizá porque, a los ojos del pueblo, pasara de ser un “oriundo que vive fuera” a ser un casi residente de la Villa. O a lo mejor es que las gentes han considerado que ya se me escuchaba bastante sobre un escenario como para, encima, aguantar mi perorata en un momento en el que lo que interesa es que, de una vez, comience la “pólvora” que es como en idioma añoverano se denominan los fuegos artificiales. Evento del que, por cierto, me ausenté aquel año, pues, debido a que nadie me avisó, al comenzar la presentación, del que debía esperar a que llegase la banda, una vez que la Autoridad correspondiente me dio la salida comencé a hablar y no fue hasta el final de mi disertación cuando vi que aparecía por la Calle del Estanco la batuta de Ramón Doblado. Así que, tras mi saludo final decidí, un poco (¿un poco?) contrariado, despedirme “á la française”, dicho en el idioma de Luis XIV (lo que traducido al lenguaje teatral significa que hice mutis por el foro), alcanzando a ver las luces de los primeros morteros desde la Cuesta Vieja…

 El discurso fue así:


Queridos paisanos:

Estamos al comienzo de la celebración de la fiesta anual que nos une a los que vivís permanentemente en el pueblo con los que, sin residir permanentemente en él, lo sentimos como nuestro desde la distancia, y que dedicamos todos los años a nuestro Patrón San Bartolomé.

Si bien se mira, el Santo tiene poca relación con nuestra región Castellano-manchega, ya que, según la tradición fue, entre los doce Apóstoles, el que se encargó de ir y predicar en tierras bien diferentes del occidente de Europa, ya que su territorio elegido fue la India. Sin embargo, tuvo la suerte de que, en un momento determinado, la Iglesia decidiese celebrar su fiesta tal que mañana, el día 24 de agosto de cada año, lo que le convirtió en un excelente candidato para que pueblos como el nuestro, tan atareados con la
siega y la era durante gran parte del verano, eligiesen, ya hace siglos, su día para celebrar la "Función" festiva, tan merecida al final de las faenas agrícolas de secano. Con ello descartaron ponerse bajo el patrocinio de otros Santos de más fama, por no decir categoría, ya que éste es un término que cuadra mal con lo celeste, como San Pedro o San Juan, demasiado madrugadores, o como Santiago, tan inoportuno para el que pasa el día haciendo peso en el trillo, o por el contrario, como San Andrés, tan remolón que celebrar la Fiesta en su día significaría, con toda probabilidad, que la pólvora resultase siempre mojada.

Es costumbre, desde hace unas décadas, que la Comisión de Festejos encargue a un añoverano de los que vivimos en otros lugares la tarea de pregonar las Fiestas. Este año me ha caído en suerte tal designación, suerte influida quizá por circunstancias que han hecho que en los últimos meses haya participado de la vida diaria del pueblo más que en todos los años transcurridos desde que me marché definitivamente, momento del que se puede decir, a pesar de las sequías sucesivas, que ya ha llovido desde entonces. He de admitir que esta designación me dejó un poco preocupado, pues muchos conocéis que lo que me gusta es hablar con vosotros no desde un balcón, como en una audiencia pública medieval, y sin otra cosa en las manos que estas notas que voy leyendo, sino cara a cara y uno a uno , o en pequeños grupos, a poder ser cerca de una barra y sosteniendo un café o una cerveza, dependiendo de la hora y de la estación del año. La preocupación, sin embargo, se disipó en el momento en que me di cuenta de que hablaros desde aquí me reportaba la doble ventaja de
poder hacerlo con muchos de mis amigos a la vez y, al mismo tiempo, tener la oportunidad de hacer más amigos entre los añoveranos (pocos, creo) con los que no he tenido oportunidad de hablar, que es como se entiende la gente, en Añover y en toda tierra de gentes honradas.

Mi misión en este estrado es, pues, dar el Pregón de la Fiesta, de acuerdo, pero, ¿En qué debe consistir un pregón? Cuando yo era niño, había en el pueblo un Funcionario del Ayuntamiento al que llamábamos "el pregonero". El último que conocí en activo, creo recordar que se llamaba José, de sobrenombre (o mote, como siempre se ha dicho aquí) el Pilero. Este buen hombre anunciaba su pregón (aparente redundancia, pero era así), con el toque de un curioso instrumento musical de una sola nota, técnicamente mitad saxofón, mitad trompeta, que yo habría querido tener hoy aquí, para hacer lo propio, pero de cuyo paradero, ni siquiera su nieto, que hoy toca la auténtica trompeta (y muy bien, por cierto) en la Banda, ha podido darme noticia.

Con o sin corneta, el pregón que debo dar aquí no debe ser parecido al que daban aquellos pregoneros
de antaño. Ellos anunciaban algo que la gente aún no sabia, ya fuese que "...En casa de Casimiro Parra hay gran surtido de pescado..." o que "Toda la persona que se haiga encontrao unas llaves, que haga el favor de entregarlas en el Ayuntamiento..." (Sin decir, claro está el nombre del propietario de las llaves, para evitar males mayores). Mi pregón anunciará, en cambio, algo que, desde hace un año, y también mucho antes, todos suponíais que iba a suceder, y es que, comenzando hoy y a lo largo de cinco días, se celebrarían las fiestas patronales del Año 2000 en honor de San Bartolomé.

Pues bien: a pesar de todo, es mi deber, mi tarea y mi honor, anunciaros, como Pregonero de que en la tarde-noche de hoy damos comienzo a la celebración de nuestra querida Fiesta que honra al Santo que, con el cuchillo en la mano, quizá como reza el cantar, "comiendo pan y melón" habita el resto del año en una casa que da vista a uno de los más bellos paisajes que pueden contemplarse en estas tierras mesetarias, y que es la vega del Tajo, cuya imagen persiste en las retinas de los que hemos desarrollado nuestra vida lejos de Añover y que, en el fondo, envidiamos a los que, habiendo permanecido en el lugar podéis renovar la imagen tan a menudo como deseéis tan solo con acercaros a ese mirador incomparable de la Ermita de la Soledad.

Pasadlo todos en estas fiestas tan bien como yo lo he pasado a lo largo de tantos años, y que el próximo nos sea a todos dado el reunirnos de nuevo aquí para escuchar a otro pregonero que, como yo ahora, terminará su alocución, estoy seguro de ello, con los mismos gritos que yo ahora lanzo: 

¡Viva San Bartolomé! 
¡Viva Añover!”


Antonio Talavera Díaz, hijo de Añover

Con este pregón de Antonio inauguro una nueva etiqueta, la de pregones de las fiestas.





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