Dicen ...
Dicen que en Añover hubo
entre su gente, un labrador
huraño, recio, bruto
ceñudo y poco hablador,
que un día cualquiera,
cansado de rozar caceras,
había echado el agua
y descansaba sobre una estera.
Tumbado en la choza y
en su primer sueño, su
hijo le despertó
con gran empeño:
“¡Padre! despiértese usted,
se han metido en las habas
he contado tres,
y las comen sin pelarlas.”
Nunca lo hubiera pensado el
muchacho,
su padre ni se inmutó
¿Estaría borracho?
“Vete y vigílalos”
tranquilamente, le dijo,
mientras como un galgo
corría desazonado el hijo.
Y
volvió con más ahínco:
“Padre, que hacen daño.”
Ya se puso en pie de un brinco,
pausadamente se ató el cinto.
“¿Cómo las comen ahora?”
“Están jugando y las pelan”
“Ya mataron el hambre,
vamos a echarlos fuera”
Así conoció el mocete la
calidad de su padre,
duro, hosco, terco y fuerte
pero ante la necesidad, afable.
Dicen,… que en otra ocasión
su carácter fue el causante.
La plaza grande radiante pasaba
la procesión;
recogimiento,
alegría,
pues sacaban al patrón,
todo el pueblo en sintonía
y…
ocurrió de sopetón.
Al sonido acompasado
crujido seco cruzó,
fuertes voces y pecados,
la procesión se paró.
Despotricaba el feriante de
los
cacharros de barro,
un muchacho pisó un jarro,
descalzo, sangró abundante,
El tendero hinchado y rojo
con un incendio en los ojos
y el niño sangrando, cojo,
colgando como un despojo,
de una oreja le prendía
y patadas le atizaba,
mientras que el chico gritaba
y
a la gente conmovía.
Y llegó él, sin saber como y
le dijo con su aplomo:
Déjalo ya! ¡Para el carro!
Contestó ¿Y quien me paga mi tarro?
No se lo pensó dos veces se
subió al puesto de un salto,
dejándose de sandeces hizo
trizas a dos platos,
de nuevo salto otra vez
y rompió con sus albarcas
fuente, salero, almirez,...
sonaban como las tracas;
saliendo del puesto al fin se
le situó enfrente
y le porfió suavemente:
¡Cógeme de la oreja a mí!
Dicen,… que se atragantó con su nuez y
que se miró al ombligo,
dio un giro y solo, consigo,
aquel feriante se fue.
El muchacho no se quejó de la oreja
y su herida se curó
y es que aquello le marcó
hacia virtudes añejas.
y en los más impresionables
el severo oteador,
siempre lejano, distante,
infundía cierto temor.
Félix Alejandro Sánchez Sánchez, hijo de Añover
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