Con el siguiente párrafo nos introduce Antonio Talavera en el relato de un suceso acontecido en Añover posiblemente en 1954, del que los más mayores pueden hacer memoria:
El famoso suceso del Domingo de Pascua
Hacía años que había terminado la guerra. El pueblo estaba
bastante reconstruido, pero todavía mostraba cicatrices, unas más visibles y
otras más escondidas entre los repliegues de sus calles. Una de esas
cicatrices, bastante expuesta pero no tan visible, dado que el lugar donde se
encontraba no era demasiado céntrico, era el "Hospital Viejo". Como
indicaba su nombre popular, aquel edificio había servido, durante los casi tres
años en que el frente de batalla aparcó en Añover de Tajo, de hospital o
dispensario militar, como se podía adivinar viendo el círculo de yeso con algo
similar a la Cruz Roja que, como una especie de sello, sobresalía del plano de
la fachada.
Lo que acabo de describir como "la fachada" era una de las paredes
maestras del edificio, carente de puertas, pero con ventanas a dos niveles. Las rejas y madera de las del nivel inferior habían desaparecido un tiempo atrás; no así las de la parte superior, ya que eran inaccesibles, o accesibles con mucho peligro, dada la altura del edificio. Siempre supuse que la puerta de entrada al hospital había situada en la pared no maestra que daba a la otra calle, hoy llamada Manuel Valdés, pero esta pared nunca existió para mi. Por supuesto, tampoco existió para mí la otra pared maestra, que debía ser interior a la manzana, pero paralela a la que yo conocía.¿Había llegado ese estado ruinoso como consecuencia de la
propia guerra o más bien era debido a un posterior abandono? Nunca lo supe,
pero siempre me figuré (que ahora comprendo que es mucho figurar) que el
hospital habría sido respetado por bombas aéreas u obuses. El caso es que lo
único que quedaba del Hospital Viejo era una extensa pared (cuya longitud no
recuerdo, pero que de altura debía tener unos 6 metros) que no estaba sujeta
por nada, ya que no quedaba ningún otro elemento al que afianzarse: ni vigas,
ni paredes secundarias ni nada. La inmensa pared era de piedra de yeso, como
tantas paredes maestras en Añover, y de un grosor considerable, sugiriendo que
el estamento militar que ocupó el pueblo desde octubre de 1936 a final de la
guerra lo mandó construir a conciencia, con materiales extraídos de unas
canteras que se situaban (y ahí siguen) a menos de 300 metros del edificio.
Aquel año había llovido las semanas anteriores, y mucho,
pero la Samana Santa había sido como la de este año, de buen tiempo. La Virgen
de la Soledad había sido traída, como era costumbre, a la iglesia parroquial desde
la ermita, para cumplir sus funciones procesionales del Viernes Santo. Una vez
pasados los cultos de la semana, la Virgen sería devuelta a su ermita la tarde
del Domingo de Resurrección.
Continuará...
Antonio Talavera, hijo de Añover
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