Continuación de...
El famoso suceso del Domingo de Pascua
Supongo, aunque no lo recuerdo, que la procesión pasó por
delante de las ruinas del Hospital Viejo sin nada extraordinario, en orden y
relativo silencio, como corresponde a una procesión de pueblo, no sé si con
cohetes o no, pero sin grandes alharacas: una procesión no es una juerga. La
banda iría tocando las habituales marchas de procesión que todos los de mi edad
tenemos metidas en nuestras neuronas musicales: "La Virgen de la
Roca", "Jesús Preso", "Auxilium Christianorum", etc.
Al contrario que las procesiones que comenzaba
n y terminaban en la iglesia parroquial, estas que terminaban en una ermita gozaban de una animada vuelta al pueblo. Ya a la salida de la ermita se bailaba una jota como solo se baila en Añover: dando, en el tiempo fuerte, una patada al suelo, que multiplicada por el número de danzantes venían a ser 500 patadas simultáneas, con una cadencia de 60 ppm (patadas por minuto). Y esa jota se repetía a lo largo del recorrido en cuanto la calle o el camino se ensanchaba un poco.El Hospital Viejo se hallaba en uno de estos ensanches, que
era, además, un sitio idóneo para que la jota interpretada por la banda se
oyese muy bien, dado que la pared única del edificio era un elemento de
resonancia para las trompetas y lo que no eran trompetas (¿se acuerdan ustedes
de las murallas de Jericó? pues eso...). Se llegó a ritmo de pasodoble al
Hospital; paró la música y comenzó la jota. Las personas mayores habían
caminado mas despacio, pero la detención de la comitiva les permitió acercarse
al lugar y asistir al baile.
Terminó la jota y la multitud joven, entre la que me encontraba, prosiguió su camino hacia la plaza del pueblo. El lugar siguió ocupado por las personas mayores, entre ellas mis padres, que se habían quedado conversando con otras parejas, No teniendo prisa ninguna. no habían siquiera comenzado a recorrer la parte de la calle correspondiente a la tapia del hospital. En medio de la conversación mi madre y sus acompañantes escucharon un ligero ruido y miraron a la pared maestra, para ver cómo ésta se doblaba (como un libro, según mi madre) y se derrumbaba doblada sobre la calle, llenándolo todo de gruesos bloques de yeso. El hecho de que se doblase antes de caer hizo que las piedras ocupasen poco mas de media anchura de la calle, de manera que una chica que estaba en el portal de enfrente luego me contó que había visto que las oleada pétrea no le llegó a los pies casi por centímetros. Mis padres y otras personas que no habían pasado todavía pudieron hacerlo por la parte de la calle no invadida por la lluvia rocosa.
Continuará ...
Antonio Talavera, hijo de Añover
Muchas gracias por compartir esta historia que siempre consideré uno de los sucesos principales de mi niñez...
ResponderEliminarY más que escribas Antonio, es un lujo publicar tus textos y relatos.
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