El nogal.
Calores de julio se añoraba enero,
espeso apretaba el aliento del cielo.
En la grata umbría un talludo chaval
buscaba postura debajo el nogal,
aquel
del ribazo junto al melonar.
Con la andorga llena, oía un cantar
y mirando lejos divisó un manchego
cortando melones, sudando el sombrero.
Al acomodarse al rudo terreno,
sintió la molestia de un fruto somero,
examinando con pausa la nuez
que sin querer le acababa de ofender,
sintiéndose neto, le dio por pensar…
“De este enorme árbol, con más de cien
años
este fruto duro, tan terco, tan chico.
¡Mal hecho está el mundo!”, ... y se
lo creyó.
Las tupidas hojas ni se conmovieron
“En cambio allí está tan gordo el melón
de matas rastreras prontas a secar,
en meses criado, presto a reventar.
¡Mal
hecho está el mundo! ¿Quién lo entenderá?”
Complacido y conforme con su
reflexión,
observando el trabajar, sosegado se
agotó
y en su fresco amparo, blandamente
durmió.
No pasan dos pájaros, cuando
aconteció,
de una rama alta una nuez cayó,
con tan mala sombra, que en nariz le
dio.
Repentino susto y un grito fogoso,
mareo en sus sentidos del fuerte
dolor,
manos en la cara, los ojos llorosos;
un instante largo de nervios rabiosos
y cayó en la cuenta de lo sucedido,
se hincó de rodillas y limpió los ojos
percibiendo a la nuez, cariacontecido:
“Si en vez de esa nuez me cae un
melón,…
desde aquella altura no lo cuento yo.
¡Que
bien está el mundo!” Dijo arrepentido
Félix Alejandro Sánchez Sánchez, hijo de Añover
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